Cuando lo que era ya no es.

A veces, seguir igual duele más que cambiar.

Es frecuente que una vocación pierda sentido con el paso del tiempo. Lo que un día fue pasión, impulso o claridad, puede volverse rutina, carga o desconexión y sin embargo, nos resistimos a soltarla. ¿Por qué?

Porque reconocer que hemos cambiado implica que ya no somos quien empezó este camino y eso nos confronta con una muerte simbólica: dejar morir una identidad.

Cambiamos cada día; poco a poco, imperceptiblemente para quien nos ve con frecuencia y más palpablemente para quien nos ve de higos a brevas. Como ocurre con nuestro cuerpo, ocurre con nuestra personalidad.

Vivir implica cambiar de rumbo muchas veces y para poder hacerlo sin sufrir, requerimos aceptar que ya no somos la misma persona. La identidad que nos sostenía ha cumplido su ciclo. Nos da miedo defraudar, parecer inconstantes, empezar de nuevo. Pero no es una traición, es fidelidad a lo que somos ahora. No neguemos nuestra historia porque nos honra tomando el relevo hacia un nuevo propósito.

¿Qué necesitarías para permitirte cambiar de rumbo sin sentir que cometerías una traición?

María Muratet Embuena.

Esta reflexión se basa en los contenidos del Modelo Educativo de Semiología de la vida cotidiana®, creado por el Dr. Alfonso Ruiz Soto®.